Manolo Hugué

MANOLO HUGUÉ (Barcelona, 1872 – Caldas de Montbui, Barcelona, 1945).
"Bueyes".1917.
Plafón en terracota.
Firmado y fechado en el ángulo inferior derecho.
Obra catalogada en: Montserrat Blanch, "Manolo", Barcelona, Polígrafa, 1972, p. 62, nº93 (ejemplar en piedra).
Medidas: 38 x 38 x 5 cm.
En el catálogo razonado sobre Manolo Hugué escrito por Montserrat Blanch, aparecen reproducidas varias obras (dibujos preparatorios, bajorrelieves en terracota, pero también en piedra) cuya temática son bueyes (generalmente representados en parejas), de los que la pieza que nos ocupa forma parte. Es una producción realizada entre 1917 y 1923, unos años en que el escultor insufla al barro cocido nuevas sugerencias temáticas y formales. De regreso a Ceret, después de su periodo parisino, se entrega al estudio de las cadencias, los ritmos, el esencialismo de inspiración arcaica… una suma de estrategias para huir de todo anquilosamiento y renovar el lenguaje escultóricos sin dejar de dialogar con los clásicos. En este relieve, una serena energía palpita como una fuerza invisible a través de los cuerpos, a través de los perfiles redondeados y alternando con incisiones geométricas. Las patas delanteras del buey recostado se flexionan para adaptarse al ángulo, buscándose cierta tensión conceptual entre los volúmenes y su encierro en un límite cuadrangular preciso. Con ello, emulaba lejanamente el arte griego desarrollado en las metopas. La indicación espacial es somera y sintética: unos pocos elementos esquematizados esbozan la idea de establo.
Manuel Martínez Hugué, Manolo Hugué, se formó en la Escuela de la Lonja de Barcelona. Asiduo participante de las tertulias de “Els Quatre Gats”, entabló amistad con Picasso, Rusiñol, Mir y Nonell. En 1900 se traslada a París, donde residirá durante diez años. Allí retomó su relación con Picasso, y entabló amistad con otros teóricos de la vanguardia como fueron Apollinaire, Modigliani, Braque y Derain. En la capital francesa trabaja en el diseño de joyas y esculturas de pequeño tamaño, influenciado por la obra de su amigo, el escultor y orfebre Paco Durrio. En 1892 realiza con Torcuato Tasso trabajos de decoración para las fiestas del centenario del Descubrimiento de América. Entre 1910 y 1917, dedicado por completo a la escultura, trabaja en Ceret, donde reunió a un heterogéneo grupo de artistas entre los que destacaron Juan Gris, Joaquín Sunyer y, de nuevo, Picasso. Durante estos años realiza exposiciones en Barcelona, París y Nueva York. En 1932 fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona. En la obra de Hugué, lo esencial es la relación con la naturaleza, teniendo en cuenta a la figura humana como elemento integrado en ella. Se trata de una característica propia del clasicismo noucentista, pero que en manos de Hugué va más allá de sus limitados orígenes. Suele representar a campesinos, si bien también plasmó a toreros y bailarines –como se comprueba en esta ocasión-, siempre retratados con un nivel de detalle y una valoración de las texturas que revelan su antigua formación como orfebre. En su producción artística conviven la tradición mediterránea, el clasicismo y el arcaísmo griegos, y el arte del antiguo Egipto y de Mesopotamia, con la vanguardia europea que asimiló y conoció de primera mano, concretamente el fauvismo de Matisse y el cubismo. Se conservan obras de Hugué en el MACBA, el centro Georges Pompidou de París, el Museo Nacional de Arte de Cataluña y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, entre muchos otros.